Lo cierto es que, para ser uno de febrero, el día fue muy... muy... normal. Por la mañana clase, incluido el examen ese de formulación orgánica que me salió de peo para abajo, pero en fin, no es algo que me quite el sueño. Después a comer y a no hacer nada hasta que cogiera el camino hacia el dentista. Pero qué cuajo el mío que la revisión era para hacerme una férula nueva y a mí y a mi cuajo se nos olvida la antigua férula. Total, que un fracaso total. Vamos mi madre y yo en busca del niño perdido para merendar en mi casa. Yo un kinder y un yogur; él, dos tostadas, una napolitana y una taza de café. En fin, crisis de alimentos aparte, me obligaron a salir por ahí. ¿Y adónde se nos ocurre ir? Al mismo sitio que fuimos el día anterior: el paseo de la O. La verdad es que ese sitio me da un poco de repelús, está algo plagado de ratas y es un pelín oscuro pero al menos se está a gusto, al lado del río y no suele pasar más gente que unos cuantos paseando al perro y otros tantos haciendo footing (o como se escriba). Estuvimos allí hasta las ocho y media haciendo nada, pero ya se tuvo que ir, yo ducharme, cenar y para mi sorpresa leer en la cama un libro que me dio mi madre sobre educación sexual (porque se quedó muy sorprendida al saber que no había recibido ninguna clase de eso desde sexto y se creerá que estoy mal informada).
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