30 de enero
Es lunes y eso no se puede cambiar. Me levanto muerta y no me queda otra que prepararme para ir al instituto. Saco al perro y hago todas esas cosas apasionantes de por las mañanas. En el colegio nada ha cambiado, nada salvo mi posición, que ahora está en la última fila. Todo es horriblemente monótono. La profesora de sociales, como de costumbre, no ha corregido los exámenes y tampoco tiene idea alguna de como dar la clase. La profesora de ética vuelve a hablar sobre lo mismo de siempre. Solo en clase de matemáticas ocurre algo que puede llegar a llamarse interesante, el profesor no ha venido. Nada deja de ser aburrido después del recreo en el que Tania no se presenta. Biología, inglés, educación física. Al fin me veo en la liberación de volver a casa. Una vez en el ''dulce'' hogar siento que no tengo deberes que hacer, así que me pongo a hablar horas y horas con mi amiga Clara. Llegan las seis, maldita hora. Me ducho y me visto para ir a la escuela de idiomas después de tres semanas. Allí mi aburrimiento no mengua, aumenta. No hacemos nada, no aprendemos nada. Cuando al fin terminan las clases mi padre me espera en la puerta con su descapotable negro, también conocido como bicicleta. Los minutos sentada en los hierros de la bici a toda velocidad me hacen despertarme y todo empieza a tener un matiz divertido. Llego a casa justo para cenar y empiezo a reírme básicamente de todo. Mi madre se inquieta por los números pintados en mis brazos, cosa que me hace mucha gracia. Después de un tiempo de lectura me acurruco al lado de mi fiel compañero, el elefante sin nombre.
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